viernes, 24 de octubre de 2014

El Greco. San Pablo

San Pablo. 1608-1614. El Greco y taller
Óleo sobre lienzo. Medidas: 72 cm x 55 cm.
Museo del Prado. Madrid

Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.

Este texto del capítulo cuarto de la Carta a los Efesios, que leemos hoy en la primera lectura de la Eucaristía, se ha considerado como un dato referido a san Pablo, quien se dirigiría a la comunidad de cristianos de Éfeso desde la cautividad, es decir, desde la prisión a la que fue sometido, según nos cuenta el final del libro de los Hechos de los Apóstoles. Lo cierto es que el texto rezuma paz, mesura, serenidad y confianza.

La iconografía de Pablo lo representa con un libro o un texto escrito, y con la espada, que simboliza su palabra, que llevó la fe a tantos nuevos pueblos y naciones. Por eso, contemplamos hoy un retrato de Pablo, que forma parte de un apostolado procedente de la Iglesia de Almadrones, Guadalajara, en el que repite con escasas variaciones el modelo de los Apostolados de la Catedral de Toledo y de la Casa Museo de El Greco en la misma ciudad.

Se percibe la participación en la ejecución del taller del maestro. San Pablo mantiene la tipología habitual creada por el cretense para la representación del santo de Tarso, un hombre de cabeza alargada, frente despejada y nariz aguileña, cubierto con una túnica azul y manto rojo. Girado hacia la derecha, Pablo sostiene la espada con la que fue decapitado en Roma; lleva además un billete manuscrito dirigido a Tito, colaborador del apóstol en la evangelización de Creta, la tierra del pintor y con quien se suelen identificar los rasgos del santo. Este ejemplar es de notable ejecución, debida sin duda a la participación del Greco, aunque el fondo, resuelto con un color opaco y sin matices, constriñe la figura, restándole el espacio necesario para despegarla hacia el espectador. La cabeza tiene vigor y la pincelada suelta y temblorosa de las obras finales. La construcción de los pliegues del manto rojo es de una extraordinaria calidad, tanto en su dibujo como en su limpia y luminosa concreción cromática.

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